Opinión
Figallo-Gates

La desesperada intromisión en las investigaciones del amigo presidencial eleva el escándalo al grado "gate".
El ministro de Justicia puede caer antipático, pero no es tonto. Conoce los alcances como los límites de su cargo. ¿Qué pudo ser tan importante para que arriesgara tanto al intentar que la Procuraduría calificara de “colaborador eficaz” a Belaunde Lossio y así abrir las puertas a la negociación de ciertos silencios —y encubrimientos— en su procesamiento? ¿Y luego, despedir por televisión a la única procuradora que conoce todo el caso, en un acto de evidente vendetta personal por haberlo puesto al descubierto?
Lamentablemente, hechos ineludibles como esta avezada y destemplada actitud ministerial marcan que la ruta de la verdad apunta donde nunca quisiéramos que lo hiciera. A ser el representante jurídico del gobierno, no podemos sino concluir que la desesperada intromisión en las investigaciones del cercano amigo de la pareja presidencial, eleva a grado “gate” la gravedad del escándalo. Y si consideramos que el asesor jurídico del presidente, Eduardo Roy Gates, forma parte del meollo pues la semejanza queda redonda.
Grabaciones subrepticias, una red de personajes que se va descubriendo “en capítulos” por la prensa, participación de altos funcionarios gubernamentales, indicios de encubrimientos al más alto nivel y hasta “gargantas profundas” deseosas de contar lo hasta ahora oculto van configurando un escenario demasiado parecido, lamentablemente, al Watergate de Nixon. Ojalá el “Figallo-Gates” no resulte también el Waterloo de Humala.
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