Espionaje: a otra cosa, mariposa

En este mundo globalizado, uno de los pocos temas que no es objeto de regulación ni de sanción internacional es el espionaje. Lo practican —claro está, sin aceptarlo— los más diversos líderes mundiales. Y cuando un espía es descubierto es sancionado y demonizado dependiendo de qué lado se encuentre el opinante y cuál sea el país afectado. Assange y Snowden, ciberespías propiamente dichos, gozan de asilo político en Reino Unido y Rusia, esperando el día en que el Tío Sam les ponga la mano.

Por otro lado: ¿qué pasó cuando hace unos meses el mundo se enteró de que el presidente Obama tenía predilección por vigilar las llamadas de sus aliados y opositores? ¡Pues que la canciller alemana lo llamó y, a gritos, le espetó que vaya a espiar a su abuela!  Sin embargo, la cancillería —que en Alemania es también la oficina del primer ministro— emitió un comunicado en que declaraba haber acordado con Estados Unidos seguir trabajando juntos en los desafíos de seguridad compartidos.

Bueno, me dirán, ¡lo anterior parece un chiste de Otto y Fritz! Nada de eso. En Brasil,  y sobre la misma materia, Rousseff denunció los hechos a la ONU, canceló su viaje a USA e Itamaraty declaró que había cuestiones densas por resolver. Pero todos continúan mirando, juntos, intereses más allá de la coyuntura.

Sin tanto drama —luego de descubrirse espiados unos a otros—, los involucrados parecen haber acordado que el espionaje es un servicio de suministro de información institucional necesario para todos. ¿La moraleja? Muy simple: “A otra cosa, mariposa”.